El hombre como actor. Aunque es Dios quien llama, el hombre tiene en esta relación la calidad de una persona actuante, responsable. Es colaborador de Dios en el misterio de su propia vocación. Es el hombre desde su conciencia quien realiza el proyecto vocacional secundando la voluntad de Dios. Por ello el hombre tiene la responsabilidad de acoger el llamado que se le hace. En sus actitudes o disposiciones vocacionales se juega la realización de su vocación. El fundamento de esta centralidad del hombre está en la misma voluntad de Dios, que toma en serio su libertad y su capacidad de autodeterminación.
Dialogando con Dios. La relación con Dios es fundante para el hombre. Es una de las características que los definen: es hombre por su capacidad de relación consigo mismo, con los demás y con Dios. Estas tres relaciones estarán presentes siempre en el proceso vocacional. Si entendemos la etimología de la palabra vocación (vocatio-vocationís, acción de llamar) será evidente que para que esto exista deberá existir alguien que llame. Para un cristiano. y para todo hombre que cultive el sentido trascendente de su vida, la voz que llama implicando toda su personalidad y su vida, solamente puede ser la voz de Dios. Es verdad que las situaciones históricas y sociales, así como las inclinaciones personales tienen este sentido globalizante, pero estas realidades hondas de nuestra vida siempre encuentran su última referencia en Dios. Dialogar con la Historia y sus necesidades, dialogar contigo mismo, es en síntesis, dialogar con Dios que llama. Aún más: las situaciones, los acontecimientos, las necesidades, las inclinaciones y las aptitudes son signos o mediaciones por las cuales Dios nos manifiesta lo que quiere de nosotros.
(Continua...)
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